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CINE CLASICO…y más

El pasadizo secreto, por DERRIDAJACQUES

‘Cuando yo tenía seis años…’ (El Principito – Antoine De Saint-Exupery 1946) escuchaba, recién bañado, los cuentos de Radio Madrid que nos ponía mi madre mientras cenábamos. Resuena en mi mente la voz de Vicente Marco narrando aquellas historias mágicas que se hacían presentes en el comedor de la calle Valencia. Podía ver a La Cabra Montesina subida al final de unas sombrías escaleras que llevaban hasta un granero y veía a todos los valientes que acudían al rescate de las hijas que la malvada cabra se había tragado, incluidos los soldados con su corneta, su capitán y todo. Uno tras otro, acababan en sus fauces.

–‘Esta noche escucharé el cuento completo’– le dice Amine a su hermano mayor. –‘Cuando yo tenía seis años…’– Tahir empezó a leer el comienzo de El Principito y su voz fue diluyéndose en la noche. Entonces la cámara de Mahamat Saleh Haroun sale por una pequeña ventana y se aleja silenciosa a la luz de la luna. A continuación, el llanto rompe la quietud, pues el pequeño dormirá para siempre.

 

Pasado el tiempo, Tahir, que ya es todo un hombre, estaba en la ciudad escocesa de Dumfries, a la que llaman “La Reina del Sur”. Mientras tomaba el té cerca de Queensberry St., se fijó en una anciana pelirroja, de rostro arrugado y lleno de pecas, estaba con una de sus hijas que la acompañaba aquella soleada tarde de octubre. La escuchó hablar de la fiesta de Diwali, de un río y del recuerdo de un hermano que perdió en la India. Se acercó a ella, pidió disculpas por la intromisión y le dijo que había nacido en la ciudad de N’Djamena, en República del Chad, en África y que allí él también perdió a su hermano. Aquella mujer levantó la cabeza y dibujó una sonrisa que no pudo olvidar, sus ojos brillaron de tal manera que parecía que estaba viendo a una adolescente. Entonces ella dijo: –Mi nombre es Harriet, hace mucho que te esperaba.

el-rc3ado-1-e1501161023961.jpgEl Río, Jean Renoir, 1951

¿Dónde se encuentran los resortes secretos de la existencia? ¿Cuáles son los mecanismos que activan la imaginación? ¿Cómo construimos la fantasía necesaria para conocernos? La escritora Margaret Rumer Godden de alguna manera señala estas preguntas cuando pone a la protagonista de su novela El Río (1946), una adolescente llamada Harriet, tumbada sobre la hierba del jardín de su casa en Bengala, mirando el cielo. Percibe entonces el movimiento del alcornoque y de la casa, que se inclinan hacia atrás con las nubes de fondo. Todo está en movimiento.

 

 

Cuando Jean Renoir regresó a Francia, después de la Segunda Guerra Mundial, escribió: ‘He pasado diez años fuera de mi tierra. La primera vez que volví a pasar por París me encontré con viejos amigos y reanudamos nuestra conversación, no donde ésta se había quedado, sino donde se encontraría si hubiésemos continuado viéndonos’. Pero él, sin duda, ya era una persona diferente, por eso encontró en el texto de Rumer Godden la oportunidad de continuar su obra cinematográfica desde su nueva personalidad y es que esa historia, no fácil de adaptar, le hizo conectar con su ‘ser parte consciente del mundo’. (‘Il m’est arrivé’ – Cahiers du Cinéma. Num. 8 -Enero, 1952)

Aquella mujer llevó a Tahir hasta su casa en Church St. a orillas del río Nith, cerca había una pradera verde que pertenecía al parque que la ciudad tiene junto a su cauce. Con una voz muy apagada le explicó que estaba contenta de haber encontrado un lugar que le recordaba su infancia. –Yo vivía entonces en Naranyangunj, en La India –precisó Harriet–, pertenecía a unafamilia inglesa que regentaba una factoría en la que se procesaba el yute recolectado en el delta del Ganges. El río era la vida para todos y ‘siempre pensé que lo que allí acontecía podía haber ocurrido en cualquier otro lugar, en América, en Inglaterra, en Francia, en Nueva Zelanda o en Tombuctú. Claro que luego supe que Tombuctú no tiene río. Los hombres serían iguales, pero sus aromas serían distintos’. (El Río – Margaret Rumer Godden 1946).

Tahir percibió en aquellas palabras un tierno perfume, al tiempo que apreció una brisa taciturna que le condujo a la mañana en que despertó junto su hermano Amine y conocieron la noticia de que su padre se había ido. No podía imaginar cómo seguiría la vida sin su padre en casa.

–Desde niña me gustaba mucho escribir y cuando me hice mayor me dediqué en cuerpo y alma a ello –continuó–. Intenté imaginar historias vividas junto a otros ríos. Fueron surgiendo ambientes y cauces de diferente tinta, en diversos papeles. La única que no conseguí imaginar fue la de Tombuctú. Alguien me dijo, hace ya mucho tiempo, que todavía no había llegado a la orilla por la que discurría, por eso esta tarde se abrió mi corazón cuando vi que estaba cerca de Tombuctú. Este relato que no imaginé, tú me lo puedes contar.

Todos construimos paraísos, nos ayudan a navegar. Los niños los construyen materialmente y los hacen accesibles y es que el abanico de la vida es amplio cuando ésta empieza. En el transcurso de la misma, muchos se desvanecen con las opciones tomadas y tenemos la tentación de mirar atrás, pensando que el paraíso se ha perdido.

El RíoEl Río, Jean Renoir, 1951

Antoine de Saint-Exupéry, que siendo niño también perdió a su padre, puso estas palabras en boca del protagonista de su libro El Principito: ‘Siento tanta pena al contar estos recuerdos. Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Y si intento describirlo aquí es sólo con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas mayores, que sólo se interesan por las cifras. Para evitar esto he comprado una caja de lápices de colores’.

En 1951 Jean Renoir rodó su película número treinta y uno, titulada El Río y por primera vez utilizó el color. Se ha contado que el realizador quería reencontrarse, después de su exilio en América, donde aprendió nuevas técnicas cinematográficas. Esta experiencia materializó una mirada diferente de la vida y para llegar a expresarla en su cine eligió, de la mano de la fotografía de su sobrino Claude Renoir, acercarse al estilo que su padre Auguste utilizó en sus pinturas, el impresionismo, para asumir así su condición de “extranjería”. (‘Última etapa como extranjero’ – Imma Merino – Revista Nosferatu num. 17/18 Marzo 1995).

Filmó una historia que se desarrollaba en un jardín exuberante, una especie de Edén originario, presidido por un espléndido alcornoque. La película tiene un enorme caudal y en ella se pueden seguir muchos temas, todos interesantes, pero en estas líneas me gustaría subrayar el cuento que Harriet lee a Valerie y al Capitán John. En el metraje ocupa la parte central y a mi entender se convierte en el eje que pone de manifiesto que estamos ante el nacimiento de una escritora.

Tahir conocía la vida cerca de un río, uno que hace tiempo está desapareciendo. Vivió en una tierra que no tenía mar, por eso fantaseaba con estar en su orilla jugando con su hermano Amine y con su padre. –Hace muchos, muchos años, mi país era muy rico en agua, no tenía nada que envidiar a la región de Mesopotamia. Teníamos un lago muy extenso, de los más grandes que ha habido sobre la Tierra – dijo–, alimentado por dos caudalosos ríos Había agua suficiente para todos, a los pobladores se les conocía como “los hombres del agua”, adoraban su curso y cuando morían ponían sus cuerpos en la corriente, para que el espíritu del difunto renaciera en un nuevo ser. Muy despacio las cosas fueron cambiando, no observaron que las lluvias se retiraban y no hicieron nada, más bien al contrario, cuando veían que ya no

abundaba tanto, convirtieron el agua en objeto de disputa pues no llegaba igualmente a todos. Después vinieron extranjeros que habían oído de la fertilidad y la abundancia de nuestra tierra, cuando se fueron la dejaron sedienta y fue entonces, cuando todo estaba seco, que comenzaron las guerras para conseguir lo poco que había quedado.

‘Si algo está muriendo en alguna parte, deja lugar a que algo empiece’ había escrito la anciana en muchos de sus cuentos. Todo lo importante que nos sucede sirve de final y de principio. –Muchos se marcharon de mi país buscando un mejor futuro –continuó el joven–, mi padre fue uno de los que emprendió la ruta del mar.

Cuando era niño, allá por los años sesenta, el tío de Mahamat Saleh Haroun le llevó al ‘Cinema Le Normandie’, que era un gran cine al aire libre de mil localidades que había en N’Djamena. Allí vio sus primeras películas, un día sintió que desde la pantalla le miraba una atractiva joven hindú, protagonista de una película Bollywood, y se enamoró del cine. Desde ese momento decidió que quería hacer películas.

En el año 2002 Haroun rodó su segundo film titulado Abouna, nuestro padre. La cinta comienza con un hombre caminando por el desierto, poco a poco va ganando la centralidad del plano general y en el siguiente fotograma se nos muestra de espaldas, en plano medio corto, se vuelve entonces y mira fijamente a la cámara. Contempla lo que deja atrás y convierte al espectador en sujeto activo de la historia. Esta narración subraya el punto de vista de lo que se cuenta a continuación, pero para mí tuvo una significación particular, pues era la primera película de cine africano que veía, allá por 2005, y apreciar esta mirada me hizo sentir que ahí estaba yo, nacido en la Europa a la que se dirige, ocupando el lugar que hay al otro lado mientras aquel hombre se alejaba.

La anciana le enseñó a Tahir una novela que había escrito cuando regresó de la India. –Es la historia de Katia –le dijo– una joven mestiza que había perdido a sus padres en las revueltas postcoloniales. Vivió el final de una época llena de grandes convulsiones, en aquel tiempo se perdió el ritmo en la respiración cotidiana, todo estaba agitado y faltaba el aire, tenía una sensación de colapso. Mi protagonista buscaba respuestas, al tiempo que se encerraba en sí misma, deliraba pensando que todo había sido un sueño. Un día conoció a un anciano que le contó lo que les pasó a dos hombres que estaban en lo alto de un puente cuando éste empezó a zozobrar, inesperadamente uno se lanzó a la corriente y, con dificultad, consiguió llegar hasta su casa, mientras que el otro se quedó parado arriba, sin hacer nada y se ahogó. Katia entendió entonces y logró salir adelante. Es la experiencia que viví cuando llegué al lugar al que pertenecía culturalmente hablando, me faltaba el aire.

–Mi hermano Amine murió una noche en que le faltó su medicina –confesó Tahir–, estaba enfermo de asma y con frecuencia tenía muchas dificultades para respirar. Los rezos del maestro de la madrasa, donde nos había llevado mi madre, no pudieron salvarlo. Aquella noche decidí salir de allí.

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Abouna, Mahamat Saleh Haroun, 2002

La anciana conocía bien de las dificultades para respirar, pues el deterioro de la edad la había hecho muy frágil en este sentido, hablaba con dificultad cuando perdía su cadencia vital y es que para coger aire de nuevo es necesario expirar, vaciando lo que ya no aprovecha. Siempre recordaba su casa de Bengala, cuando de niña podía sentía la respiración del entorno del río ‘resoplido-pausa-resoplido’ (El Río – Margaret Rumer Godden 1946), aquello le parecía que duraría para siempre.

Algunos acusaron a Jean Renoir de que su película es excesivamente simple en su argumento, que filmó la vida de una familia sin tramas, que no aprovechó la oportunidad para abordar

temas como la realidad colonial y los conflictos religiosos, achacándole un cierto candor en una historia que, para ellos, acaba igual que empieza. También surgieron las comparaciones con sus anteriores películas, sobre todo con La regla del juego (1939) en la que mostró grandes enredos y mucha más agitación, al tiempo que hacía una crítica ácida de la sociedad de entonces, esto supuso que fuera considerada, en aquel tiempo, todo un icono del incipiente cine sonoro. Algunos podían pensar que, once años después, el maestro francés empezaba a estar aquejado de una cierta senilidad. Sin embargo, diré que cuando aborda el rodaje ya tiene 57 años, edad en que se empiezan a valorar determinadas cosas que en la juventud pasan desapercibidas.

Tras el fundido de los títulos de crédito de El Río un viejo pescador canturrea mientras repara sus redes, el movimiento de su barca va abriendo el plano y diluyendo su voz. Es entonces cuando comienza a escucharse un canto hipnótico que se asemeja al de la respiración, una especie de ritmo natural de la vida. Éste vuelve a escucharse en el desenlace de la película, cuando Harriet atraviesa la puerta de su casa y sale para embarcarse en el curso del río. La secuencia nos habla de riesgo, de fragilidad y al tiempo de un imprescindible requisito vital. Este coro se repite en el plano que cierra la película, acompañado por el llanto de un recién nacido.

Salvando el paréntesis norteamericano, se puede afirmar que La regla del juego tiene una cierta línea de continuidad en la historia que rodó en la India, pues de alguna manera trata de responder al mismo interrogante sobre lo trágico, planteado en la primera ¿cómo seguir? ‘Todas las cosas exteriores empezaron a rular –pensaba Harriet–. No había cambiado nada, sorprendentemente las cosas interiores también empezaron a rodar. No había cambiado nada, pero todo se ha encogido. Replegándose a un lugar de dentro de sí mismos, como si estuviesen escondiéndose y a ti te da miedo encontrarlos porque te da miedo lo que puedas encontrar’.1 En la escena que cierra la última película rodada en Francia, previa a la confrontación bélica en 1939, Robert de la Cheyniest habla a sus invitados, todavía abatidos por lo que acaba de pasar, y les dice: ‘Por desgracia Jurieux ha sido víctima de la fatalidad. Partiremos lamentando su muerte … Y ahora amigos, hace frío… les pido que entren en casa, mañana le rendiremos homenaje’. Sin duda esta afirmación, que es premonitoria de la catástrofe que se avecinaba en Europa, tiene su proyección en la película con que Renoir reanuda su trabajo en Francia, tras la tragedia que para entonces ya se había materializado.

Tahir contó que con la ayuda de su tío Adoum y pasando muchas penurias logró salir de Chad y empezar una nueva vida en Francia, aunque no pudo encontrar a su padre. Era curioso, pero no dejaba de soñar con la última imagen que los hermanos creyeron ver de él, una tarde durante la proyección de una película. Sorprendentemente el actor se volvía y les decía ‘Hola niños’, no tenían dudas era él. Por eso decidieron robar de aquel cine el rollo de la película tratando de encontrarle en los fotogramas. Aquella fantasía les costó un duro castigo de internado en la madrasa de Gaouí.

–Siempre he llevado conmigo el póster del mar que el tío Adoum nos trajo cuando vino a visitarnos. Dijo que lo había enviado papá desde el lugar en el que estaba. Cuando lo miro los veo aparecer a los dos y vuelvo ser un niño jugando con ellos.

Sin darse cuenta se había hecho de noche en casa de Harriet, se había cerrado una agradable tarde de otoño. Entonces ella se dirigió a la ventana, la abrió e invitó a Tahir a que se asomaran juntos para que apreciara la frescura de la noche junto al río.

–La primera vez que sentí esta frialdad –dijo entonces–, mi madre daba a luz a mi hermana pequeña, por eso yo estaba despierta a media noche sin poder dormir, asomada a la ventana,

como ahora, y la oscuridad me intimidó, sentí miedo, porque de alguna manera intuía que me adentraba en un mundo nuevo y que el que conocía se alejaba como el curso del río.

Saleh Haroun decidió iluminar de manera singular determinados planos nocturnos (La Dirección de Fotografía en Abouna corrió a cargo de Abraham Haile Biru) en su película Abouna, nuestro padre. Resaltando un moderado color azul que nos sugiere la presencia de la luna y proporcionando un tono narrativo que habla de protección, de lugar de descanso, de libertad y de espacio infinito.

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Abouna, Mahamat Saleh Haroun, 2002

Lo observamos en dos escenas que abren la película. La primera, cuando la madre cose, justo antes de que Amine tenga una de sus crisis asmáticas y la segunda, que se inicia en el interior del cine al que asisten los chicos, y que continua con la luz que se refleja desde una ventana en su oscura habitación, antes de acostarse, y finaliza con el plano de la madre, cosiendo de nuevo, mientras canturrea.

Este infinito adquiere mayor relieve en otros momentos centrales de la historia, como es el de la noche en que el maestro de la madrasa descubre que Amine está enfermo y el niño le pide que le lea la historia de El Principito, y el de la secuencia que va a continuación del castigo que ha recibido el pequeño por su comportamiento, cuando Tahir le propone, a su hermano dolorido, escapar en cuanto amanezca. Por el contrario, en la escena en que Amine enferma, la iluminación se mantiene ocre hasta que llega el desenlace y es mediante un movimiento de cámara, saliendo de la habitación, que retorna el azul.

Para Tahir encontrar a Harriet fue un regalo, como el póster, que su tío Adoum, le llevó a Gaouí de parte de su padre, pues, de alguna manera, había abierto una ventana a la inmensidad que daba sentido a su vida. Era extraño porque en ese mismo instante se percató que miraba por la ventana de un viejo apartamento, donde viven los emigrantes en la periferia parisina, jamás había estado en Dumfries. Es posible que su imaginación le llevara de viaje al País de nunca jamás, porque había estado leyendo el libro Peter Pan y Wendy, que escribió James Mathew Barry en 1911 y en el prólogo se decía que el autor vivió mucho tiempo en esa ciudad escocesa. Tenía un horizonte diferente al que había dejado junto aquella mujer, a orillas de un río y ahora tocaba salir adelante. Pensó entonces en todo lo que le había ocurrido en el pasado y llegó a imaginar que él tan solo era el protagonista de una película.

En la película El Río, Jean Renoir incorpora un personaje, interpretado magníficamente por Arthur Shields (Extraordinario actor secundario en películas como La legión invencible 1949 y El hombre tranquilo, 1952, ambas dirigidas por John Ford.) que no está en la novela de Margaret Rumer Godden, se trata de John un hombre viudo, vecino de la Casa Grande y que representa la niñez que reaparece en el ser humano cuando nos hacemos mayores. Este intérprete expresa muy bien los sentimientos que el director tenía en el momento de rodar aquella historia.

‘Brindo por los niños, / deberíamos celebrar que un niño / haya muerto como niño, / que un niño haya escapado. / Les encerramos en nuestras escuelas, / les inculcamos nuestros estúpidos tabúes, / les enredamos en nuestras guerras / y no lo pueden resistir. / No llevan armaduras, / así que los matamos, / masacramos la inocencia. / Y el mundo es de los niños… / el mundo real…. /… saben lo que es importante, / que ha nacido un ratón, / que una hoja cae en el estanque, / si el mundo estuviera hecho de niños…’ (Palabras que expresa John tras la muerte de Bogey)

La primera vez que vi Abouna, nuestro padre me recordó inmediatamente a El Río, la imaginación me lleva de una a otra, cada vez que las veo. Guardadme el secreto, pero he de decir que he encontrado un pasadizo secreto entre ellas, que me comunica con el espíritu de lo sencillo, de los cuentos tradicionales, que me acerca al abismo y a la felicidad originaria al mismo tiempo. Yendo por su senda puedo transitar por mundos diferentes de manera que, en ocasiones me pierdo en el desierto, como le ocurrió a Antonie Saint-Exupery y ahí aprendo mucho y, en otras viajo a Dumfries para conversar con Harriet, donde ella vive, porque fue allí donde murió Margaret Rumer Godden, que escribió esa maravilla titulada El Río.

Ficha Técnica.- 

Título original: Le Fleuve -The River.- Año 1951. Duración: 99 min. País: Francia. Director: Jean Renoir. Guión: Rumer Godden, Jean Renoir. Basado en la novela de Rumer Godden. Música: M.A. Partha Sarathy. Fotografía: Claude Renoir. Reparto: Nora Swinburne (madre), Esmond Knight (padre), Arthur Shields (Mr. John), Suprova Mukerjee (Nan), Thomas E. Breen (Capitán John), Patricia Walters (Harriet), Rhada (Melanie), Adrienne Corri (Valerie), June Hillman (narradora), Richard R. Foster (Bogey), Nimai Barik (Kanu), Trilak Jetley (Anil), Bhogwan Singh (Sajjan), Penélope Wilkinson (Elisabeth), Cecilia Wood (Victoria). Asistente Dirección: Bansi Ashe, Satyajit Ray. Producción: Kenneth McEldowney, Jean Renoir. Productora: Theter Guild/Oriental International Film.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ficha Técnica.-

Título original: Abouna. Año: 2002. Duración: 84 min. País: Chad. Dirección y Guión: Mahamat Saleh Haroun. Música: Diego Mustapha Ngarade. Fotografía: Abraham Haile Biru. Reparto: Ahidjo Mahamata Moussa (Tahir), Hamza Moctar Aguid (Amine), Zara Haroun (madre), Mounira Khalil (muchacha muda), Diego Mustapha Ngarade (tío Adoum), Koulsy Lamko (padre), Garba Issa (director de la escuela), Ramada Mahamat (mujer del director), Hassan Bolulama (Hassan), Sossal Mahamat (maestro joven), Hadje Fatime N´Goua (doctor). Asistentes del director:  Katia Nicolas, Cyril Danina, Boukar Doungous. Producción: Guillaume de Seille, Abderrahmane Sissako. Productora: Commission Européenne/ Duo Films/ Goi-Goi Productions/ Hubert Bals Fund/ Tele-Chad/ Ministry of Promotion and Development/ Arte France Cinéma.

 

 

 

 

 

 

 

27 julio, 2017 - Posted by | COLABORACIONES ESPECIALES

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